miércoles, 1 de febrero de 2012

Argentina: Entrevista a Vicente Zito Lema, poeta, periodista, docente, militante de derechos humanos

Eduardo Galeano cuenta en su libro "Días y noches de amor y de guerra" cuando Vicente dijo un discurso el último día de la huelga de hambre por los presos políticos, allá en el año 1971: "Vicente se alzó en las tribunas y más allá de la multitud vio a su mujer y a sus hijas jugando en el prado con las vacas y los perros, entonces se olvidó de las consignas políticas y se lanzó a hablar del amor y la belleza. Desde abajo le tiraban del saco, pero no había manera de pararlo".
Y todavía no hay manera. Vicente Zito Lema (Buenos Aires, 1939) es uno de los protagonistas y supervivientes de una generación que vivió una de las etapas más trágicas y heroicas de la historia reciente de Argentina. Empezó a escribir desde muy joven para encontrar la belleza y a la vez, estudió derecho para luchar contra la injusticia social. Para él, "sin justicia y sin belleza no se construye el mundo".
Sin embargo, sus inicios en esa búsqueda de justicia, fueron trágicos. En una charla de la universidad en la que se encontraba la madre del Che, aparecieron fuerzas para-policiales y dispararon a mansalva. Algunos de los allí presentes cubrieron con sus cuerpos a la Madre del Che. El recibió dos balazos en una pierna y su compañera Malena cayó muerta por un disparo en la cabeza. "Te quedan dos caminos: o te escapás y nunca más volvés o te hacés más duro y seguís". Muchos compañeros habían caído ya y otros más habrían de caer por el odio y las balas, así que decidió seguir.
Desde muy joven sintió un gran interés por la defensa de los sectores más marginados de la sociedad como son los presos y los enfermos mentales.
"Si se quiere conocer cómo es una sociedad hay que conocer sus cárceles y sus manicomios", sostiene. "Cuanto más terrible es la represión en esos lugares es la prueba científica, espiritual y material de cómo van las cosas en esa sociedad". Comenta que fue uno de los temas que le abrió los ojos. "Viendo el sufrimiento en las cárceles y en los manicomios, comprendí como en un espejo gigante lo que es el resto de la sociedad. Ahí pude ver el alma humana y sus contradicciones pero pude ver también como el sistema destruye al más débil de una manera monstruosa". Comprendió que son los sectores más débiles e invisibles, por lo tanto, más fáciles de castigar y más difíciles de defender. Dice que en esos dos espacios la lucha era más dura y era ahí donde quería pelear. A pesar de que sus compañeros le decían "Vicente dejá a los locos y vení a cambiar el mundo", él tenía claro que "una revolución que no sea para cambiar el mundo en su totalidad, no es una revolución sino que se transforma en una reforma". Y para Vicente "una revolución debe ser también poética y hay que construirla en el conjunto de la sociedad".
Por eso escribe poesía como una medicina para curar el alma pero también como un arado que surque a los hombres para cosechar un nuevo mundo.
Al tiempo que milita en los derechos humanos empieza a trabajar como periodista.
Funda y dirige las revistas literarias Cero y Talismán entre 1963 y 1969. En la década de los setenta, época del periodismo militante, colabora con Julio Cortázar y Rodolfo Walsh en la revista Liberación.
A pesar de que Vicente es bastante cuidadoso al hablar de sus amigos "porque había gente que ganaba plata diciendo yo soy amigo de", recuerda los años de periodismo junto a Walsh como tiempos de muchísimo trabajo. "Rodolfo era el ejemplo de hombre trabajador, durísimo, crítico y riguroso consigo mismo y con los demás. Todos esos compañeros eran el uno más trabajador que el otro".
En ese aspecto, define a su generación como "Guevarista".
"El Che dejó una huella en nosotros, nos dejó el ejemplo de la obstinación y de la fuerza en el trabajo". Vicente casi siempre utiliza el plural para hablar de él.
"Lo que pasa es que de mi generación quedamos pocos que sigamos comprometidos con los sueños de esa generación revolucionaria, porque muchos no quieren saber más nada, otros trabajan para el poder, otros quedaron en el exilio y la mayoría o murieron o por razones de enfermedad desgraciadamente no pueden participar. Entonces los pocos que quedamos tenemos que dar testimonio de nuestra generación", argumenta este luchador nato que sigue dando la batalla.
En 1973 dirigió la revista Crisis junto con Eduardo Galeano. La revista, en la que además escribieron Juan Gelman y Haroldo Conti, cierra en 1976 tras el golpe militar, el secuestro y desaparición de Conti, de los hijos de Gelman y de la persecución de quienes formaron Crisis. "Cuando dirigí la revista Crisis con Galeano y Gelman, éramos muy jóvenes pero por esas cosas de la historia teníamos una representación social y obvio que a nosotros nos castigaban más y nos querían matar y no nos podíamos quedar". Y fue por azares del destino que siguió con vida, ya que un día lo llamó un tipo al que tiempo atrás defendió como abogado y no le cobró.
*"Estoy en un comando para operaciones especiales y tengo la orden de matarlo", le dijo. Le sugirió que lo mejor sería que desapareciera por un tiempo y le advirtió de que ya no le debía nada. "Si vuelven a darme la orden y lo encuentro, lo mato" le espetó. Recuerda esa época sin heroicidad.
Para él, como para tantos otros, la obligación de luchar por los sueños estaba por encima de los miedos. "Cuando se está en medio de esos períodos revolucionarios uno no tiene miedo a nada, se pasan esos períodos y vuelven los miedos habituales", explica mientras me cuenta riendo que el otro día, antes que lo inyectaran, preguntó a la enfermera si no le podían cambiar las inyecciones por algunas pastillas.
Una vez que los militares lo invitaron a abandonar Argentina, al igual que a sus compañeros, viajó por algunos países de Europa hasta establecerse en Holanda.
Nunca se sintió un exiliado profesional como decía Benedetti.
Recuerda los años del exilio con dolor pero también con alegría porque estudió mucho, tuvo muchos amigos, escribió libros, siguió peleando, conoció a su mujer con la que llevan 33 años juntos y tuvo hijos.
"El amor ayuda a la vida y hay compañeros que en el exilio no tuvieron amor, y si el exilio de por sí es duro, sin amor lo es más todavía".
Continuó militando en la defensa de los derechos humanos junto con Julio Cortázar, David Viña, Tito Pauletti y otros compañeros.
Se ataron con cadenas a la embajada, pararon trenes que llevaban aviones que usaban para tirar a la gente al río y continuaron denunciando todas las atrocidades de la Junta Militar Argentina y su terrorismo de estado.
Vicente insiste en que "el que quería pelear en el exilio vaya que tenía espacio, lo que pasa es que muchos estaban tan tristes y melancólicos que no querían hacer nada y lamentablemente fueron superados, pero otros dijimos no. No fui superado por mis obstinaciones, por mis pasiones pero también por la suerte del amor, porque el amor te da vida".
Junto a Cortázar y otros intelectuales también conformó la Comisión Argentina de los Derechos Humanos (CADHU).
Recuerda esas fechas con mucho amor, coraje y fraternidad. Con la dictadura todavía tambaleándose y la incipiente constitucionalidad, decidió volver a Argentina. Entonces Cortázar hizo un acto en la Sorbonne para presentar su libro Rendición de Cuentas. Vicente era un hombre que había luchado mucho en el exilio, de modo que los servicios secretos tenían información de su militancia y Julio tenía miedo de que le pasara algo. Entonces "él organizó todo y salió en los medios diciendo que yo volvía al país como para darme una especie de protección, Julio era muy solidario".
El autor de Belleza en la Barricada recuerda con especial emoción algo que Cortázar le dijo antes de que volviera a la Argentina: "Vicente te volvés al país pero no vas solo, cargás los compañeros que quedaron en el silencio".
Y como un homenaje y una continuación de los sueños de sus compañeros sigue luchando.
A su vuelta del exilio retomó su trabajo de docente y periodista. Dirigió Crisis. Fin de Siglo y La Maga y publicó numerosos libros de poesía y teatro.
Continuó con su defensa de los derechos humanos y su apoyo a Madres de Plaza de Mayo con las que tiene vinculación desde su creación. De esa relación nace la obra de teatro Mater que habla sobre la gestación de la asociación.
Con las Madres fundó también, la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, como un espacio donde debatir ideas que plantean los límites entre lo estatal y lo público, las diferencias entre lo legal y lo legítimo y en estos momentos está trabajando en el derecho al delirio y el derecho a la subversión.
"Creo que hay que reivindicar el derecho a ser subversivo y el derecho al delirio como las formas más fuertes del sueño humano y de la libertad humana, pero vista no como una concesión que da el estado sino como una potencia que todo ser humano tiene en sí".
Y construir un nuevo mundo es para el poeta, el más hermoso y total de los delirios porque choca con la realidad y se construye de forma subversiva.
"Mediante la ley nunca lo vas a hacer, la razón siempre te va a decir tené cuidado las fuerzas están en contra. Para construir un nuevo mundo hay que tener capacidad de delirio y vocación subversiva".
Y eso es lo que trata de enseñar a los estudiantes y a la gente que se le acerca, "aunque algunos se asustan", dice con una gran sonrisa.
Vicente sostiene que las universidades, tal y como están organizadas, "funcionan como una fábrica de profesionales que no cuestionan nada, no deliran nada ni subvierten nada, los profesionales se ponen a trabajar enseguida para el sistema. Los psicólogos se sientan a esperar que acudan los neuróticos y ganarse la vida perpetuando su neurosis.
Los abogados defienden a ultranza la propiedad privada por más que vean que la gente duerme en la calle y que es humillada en su condición humana de una forma monstruosa por la pobreza".
Las universidades, dice, son estructuras que perpetúan la dominación del poder y dejan de ser "un espacio de disputa, de formación intelectual para el crecimiento de la conciencia crítica, para cuestionar y generar nuevas formas de pensar".
Por eso sigue dando la pelea dentro de las universidades y fuera. "Doy la pelea fuera tratando de formar universidades verdaderamente públicas".
Actualmente es el rector de la Universidad de los Trabajadores que funciona en una de fábrica recuperada por los trabajadores ya que en el año 2003, renunció por razones éticas a la dirección de la Universidad de Madres debido a unos escándalos económicos con el apoderado de la asociación. Escándalos que dejaron una mancha y una gran herida dentro de ese organismo. Aún así asegura que ama y respeta a las madres pero sabe que "tienen un límite, se mueven por el dolor y por la valentía que da ese dolor, el dolor es legítimo pero tiene límites, no te permite ver de golpe cosas. Hay que tener la conciencia para mirar las cosas en su conjunto pero es muy difícil porque cuando a vos te secuestran o matan un hijo, el dolor de esa pérdida es enceguecedor. Por eso yo las quiero y las defiendo".
El autor de La pasión del piquetero dice tener el privilegio de militar en los derechos humanos por una cuestión revolucionaria y no por una cuestión de sentimiento personal.
"Para mí, Rodolfo Walsh y Paco Urondo eran mis compañeros y amigos del alma y por eso escribo sobre ellos. Les he dedicado poemas y todo pero también compartía con ellos una estrategia revolucionaria y desde ese lugar es más amplio que el dolor".
E insiste en que es el sueño de los compañeros lo que hay que acompañar "porque nosotros peleábamos por la construcción de un nuevo mundo y si se quiere honrar a los compañeros caídos más se los honra luchando por sus ideales que están vivos que incluso, aunque parezca una paradoja, por el castigo. Está bien que se castigue pero no pagando el precio de callarnos la boca por los crímenes del hoy".
Por eso sigue regando los sueños y las esperanzas y con su trabajo y obras invita a las personas a la creación del nuevo pensamiento crítico que "debe ser legítimo y no legal, subversivo y no adaptativo, con capacidad de delirio y no de repetición de la pesadilla de la vida como es hoy".

jueves, 5 de enero de 2012

TECNOLOGÍA.INTERNET Y LA PIRATERIA DE LIBROS: DE PIRATAS Y TIBURONES, ESCRIBE HERNAN CASCIARI

LIBROS

LA SEMANA PASADA, LA EXITOSA ESCRITORA VALENCIANA LUCÍA ETXEBARRÍA (BEATRIZ Y LOS CUERPOS CELESTES, UN MILAGRO EN EQUILIBRIO, PREMIO PLANETA 2004) ANUNCIÓ SU RETIRADA INDEFINIDA DEL MUNDO LITERARIO COMO FORMA DE PROTESTA CONTRA LA PIRATERÍA. UNA PARTE DEL MUNDO EDITORIAL SALIÓ A APOYARLA, PERO HERNÁN CASCIARI, AUTOR DE LA “BLOGONOVELA” MÁS RESPETO QUE SOY TU MADRE (ADAPTADA PARA EL TEATRO POR ANTONIO GASALLA) Y EDITOR DE ESA EXITOSA RAREZA QUE ES LA REVISTA ORSAI (SIN PUBLICIDAD Y CON VENTA ANTICIPADA) DIO A CONOCER ESTA CARTA EN LA QUE DICE A LUCÍA QUE NO ES PARA TANTO Y QUE LOS MALOS ESTÁN EN TODOS LADOS.

PIRATAS Y TIBURONES

El contador de suscripciones anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por hora.

Al mismo tiempo, una escritora española acaba de informar que dejará de publicar. “Dado que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros”, dijo ayer Lucía Etxebarría. La prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la arropó: “Pobrecita, miren lo que Internet les está haciendo a los autores”.

A nosotros nos ocurre lo mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero les pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en Internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil.

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: “qué bueno, cuánta gente me lee”. Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: “qué espanto, cuánta gente no me compra”.

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido:

me llama por teléfono una editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando una Antología de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío que aparece en mi último libro, “un cuento que se llama tal y tal, que nos gusta mucho”.

Le digo que por supuesto, que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la autorización formal. Le digo que bueno.

A la semana me llega el mail, con un archivo adjunto:

“Estimado Hernán, te explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. El ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la siguiente dirección” (y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara).

Abro el archivo adjunto, leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.

Al cuento que me piden lo llaman “La aportación”. En la cláusula 4 dice que “el editor podrá efectuar cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)”. En la cláusula 5, ponen: “Como remuneración por la cesión de derechos de ‘La aportación’, el editor abonará al autor cien euros (¿100?) brutos, sobre la que se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan”.

Pensé en los otros autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No importa que la editorial venda dos mil libros o cien mil libros. El autor siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos así?

Esa misma tarde le respondí el mail a la editora de Alfaguara:

“Hola Laura, el cuento que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.”

La respuesta llegó unos días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:

“Hernán: entendemos esto, pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos problemas en el futuro. ¡Saludos!”

Y ya no respondí más nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?

La anécdota es esa, no es gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con Alzheimer.

–¿Me das eso? –dice el abuelito.

–Sí, abuelo, tomá.

–No, así no. Firmame este papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.

–No hace falta, abuelo, te lo doy. Es gratis.

–¡Necesito que me firmes este papel, no lo puedo aceptar gratis!

–¿Pero por qué, abuelo?

–Porque si no te cago de alguna manera, no soy feliz.

–Bueno, abuelo, otro día hablamos... Te quiero mucho.

Y de verdad lo queremos mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.

No hay que debatir con él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo. Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.

Lucía: tenés un montón de lectores. Sos una escritora con suerte. El demonio no son tus lectores; ni los que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias de la red.

No hay demonios, en realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.

Está en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.

Por Hernan Casciari

Fuente: Radar

Más información: www.pagina12.com.ar

viernes, 30 de diciembre de 2011

COMUNICAR GEOGRAFÍA, PENSAR LA NACIÓN

Entender la comunicación entre distintos saberes geográficos como posible camino de interrogación sobre los grandes temas de la Nación podría ser la derivación de algunas de las conclusiones del Simposio recientemente realizado sobre Didáctica de la Geografía, inscripto en el marco del 3º Congreso de Geografía de Universidades Públicas organizado por la Universidad Nacional del Litoral. En ese espacio, docentes y académicos de distintos puntos del país han discutido sobre esta práctica disciplinar. Trabajar sobre el qué y cómo enseñar supuso también tener en cuenta las dificultades con las que se encuentran los profesores de Geografía cuya labor (lograr enseñar) está condicionada por la actual profunda heterogeneidad sociocultural. El título docente habilitante, en estos términos, se torna una abstracción, porque se requiere de tipos de profesores de Geografía muy diferentes entre sí para actuar en contextos socioterritoriales tan disímiles. Se puede, entonces, pasar de sólo pensar “qué es” un profesor formado o en formación hacia ver “qué papel cumple”, es decir, cómo se posiciona con su saber geográfico ante este marco.

Un cambio de posición docente en ciernes está orientado hacia la recuperación del vínculo entre el actor (docente) y su papel (lograr enseñar). Este giro es comunicacional y orientado hacia la adquisición permanente de conocimientos rigurosos y claramente recortados de la disciplina geográfica para sintetizarlos críticamente a partir de la circunstancia sociocultural en la que cada docente se encuentra. Esta tarea apunta a poner esos saberes así procesados al servicio de amplias poblaciones, en este caso –de manera capilar– la enormidad de estudiantes en las aulas de Geografía. Así, muchos profesores, desde su propio contexto, usan materiales rigurosos para realizarle certeras preguntas a la realidad social (distanciándose críticamente), no para contestarlas desde una explicación académica o para cerrarlas desde una resolución política (militante o no), sino para enriquecer esas preguntas junto a alumnos de heterogéneos contextos socioterritoriales.

Un número nada menor de profesores trabaja en escuelas inscriptas en territorios afectados por la megaminería, la explotación sojera o la instalación de polos petroquímicos, donde no es posible desarrollar con libertad plena la tarea de interrogar críticamente la realidad circundante, ya sea porque los padres de los chicos viven de esas actividades económicas o porque existe la amenaza de perder el trabajo en la escuela o por el riesgo de quedar aislado en el rincón escolar reservado a las atrevidas y politizadas ovejas negras. Emerge una circunstancia novedosa para los profesores de Geografía, pero no para los intelectuales desde fines del siglo XIX: la lógica del campo en el que se desarrolla la tarea puede obligar a sesgar las preguntas o directamente a silenciar la propia voz. No obstante, se puede contar con algunas herramientas didácticas para eludir ese obstáculo: se pueden trabajar problemas locales de otros lugares de la Argentina distantes al que uno se encuentra, pero que experimentan el mismo padecimiento (de contaminación o erosión, entre otros posibles). Similares problemas resuenan en distintos lugares, ya que nunca son estrictamente locales sino expresiones de procesos sociopolíticos a escala nacional y global.

Junto al de los docentes también empieza a verse un cambio de posición en algunos académicos: lentamente unos y otros empiezan a desplazarse de un modelo jerárquico hacia uno rizomático: se migra de un esquema con un tronco central (académico, asociado a la labor de creación intelectual) del cual salen ramas subordinadas (docentes, ligados al trabajo de aplicación manufacturera en el aula) hacia uno en red más horizontal donde en cada conexión se puede encontrar un significado diferente (que borra progresivamente la vidriosa dicotomía trabajo intelectual/trabajo manual). Esto no implica, por supuesto, que los docentes secundarios se “academicen” ni tampoco que los académicos deban o necesiten ir a dar clase a las escuelas secundarias, aunque podamos ver personas que desarrollan simultáneamente tareas en ambos ámbitos, en algunos casos de manera fecunda.

Todavía son relativamente pocos quienes están cambiando de posición. Pero son más ahora que hace cinco u ocho años: se va así pudiendo expandir la interrogación y el pensamiento crítico en torno de los poderes fácticos que aspiran a continuar perpetuándose como dueños de los destinos de las geografías de esta Nación.

Por Omar Tobío

Director de la Licenciatura en Enseñanza de las Ciencias Sociales. CEGeo/EHu, Universidad Nacional de San Martín.

Fuente: Página 12

Más información: www.pagina12.com.ar

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viernes, 2 de diciembre de 2011

Reflexiones: Escrito a mano

Por Guillermo Jaim Etcheverry

Cuánto hace que no experimentamos el placer de recibir una carta manuscrita en letra cursiva? La caligrafía es una habilidad humana en rápida extinción, porque ya casi no se enseña en las escuelas. Cuando se emplea una lapicera, en general se lo hace para escribir con letra de imprenta. Stefano Bartezzaghi y María Novella de Luca, periodistas italianos interesados en el tema, se preguntan si la preocupación por el ocaso de la escritura cursiva responde a la nostalgia o constituye una emergencia cultural. Muchos expertos se inclinan por la última alternativa. En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros. Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.

En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras. Por su parte, el escribir en letra de imprenta, alternativa que se ha ido imponiendo, implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.

Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros. Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Es ilógico suponer que la tendencia actual se revertirá, pero al menos los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo. Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta.

Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere. En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva. Muchos escritores, habituados a escribir en un teclado, desearían a veces volver a realizar incisiones en una tableta de arcilla, como los sumerios, para poder pensar con calma. Eco propone que, así como en la era del avión se siguen tripulando barcos a vela, sería auspicioso que los niños aprendieran caligrafía, para educarse en lo bello y para facilitar su desarrollo psicomotor.

Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time, titulado Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia. Y, sí -admite su autora, Claire Suddath-, tal vez seamos algo más perezosos. La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo.

revista@lanacion.com.ar
El autor es educador y ensayista

viernes, 4 de noviembre de 2011

TECNOLOGÍA.LA HISTORIA DETRÁS DE CUEVANA

A LOS 20 AÑOS, ENTRE FERNETS Y CAPÍTULOS DE LOST, TOMÁS ESCOBAR CREÓ UN MONSTRUO DESDE SU HABITACIÓN DE ESTUDIANTE EN CÓRDOBA; AHORA, DESPUÉS DE PERDER EN EL CAMINO A DOS AMIGOS, QUIERE SER PARTE DE LA INDUSTRIA DEL ENTRETENIMIENTO.

TECNOLOGÍA.LA HISTORIA DETRÁS DE CUEVANA

En un café de la zona de las facultades, una mañana de primavera, Tomás Escobar es la versión geek de un vendedor de tónicos para la juventud eterna. Durmió poco, se pasó la noche rediseñando la interfaz de Cuevana y reescribiendo el código para que el sitio no colapse. El tráfico crece a razón de un veinte por ciento mensual, con un récord diario de dos millones de visitas. A esta hora, tiene la cara tan pálida como el culo de Mark Zuckerberg, pero aun así, con 22 años y una adorable tonada sanjuanina, le queda medio tanque de energía para diseminar su fe.

Tal vez no sea un entrepreneur carismático, pero tampoco es un nerd sin ángel. En estos últimos meses, después de abandonar los estudios de Ingeniería en Sistemas en Córdoba y mudarse a Buenos Aires, la popularidad de su plataforma lo dotó de una evidente confianza en sí mismo. A eso le sumó un poco de asesoramiento legal y unas cuantas dosis de literatura emprendedora 2.0. Habla del diferencial de la "experiencia Cuevana" y asegura que los sitios valen por sus comunidades (en su caso, habría que valuarlo en millones de dólares). Dice que está pactando acuerdos con señales de cable, productoras y un importante organismo estatal. "La idea es convertir a Cuevana en una empresa internacional con base en el país", comenta este fan de Arcade Fire que maneja su negocio (al que él llama prudentemente "hobby") desde una MacBook Pro en el departamento de un amigo, en un edificio de la calle Anchorena, donde duerme de prestado hasta tanto se consiga una vivienda en la ciudad.

Esta es una historia que mezcla fascinación tecnológica, adicción a las series, amistad adolescente, dólares frescos, inocencia interrumpida, acusaciones de traición y peleas sin sangre. El kilómetro cero del relato es Nueva Córdoba, el distrito universitario como un improbable Silicon Valley on fernet, o un lugar donde, se supone, nadie está pensando el rumbo cultural de la época, excepto un par de pibes que absorbieron intuitivamente la visión de futuro, sin delirios de grandeza ni dilemas filosóficos. Una generación bendecida con una confianza ciega en sus percepciones, y con una capacidad delirante para convertir las propias necesidades cotidianas en demanda masiva. La época la están haciendo estos iluminados rasos.

Hablamos de una de las veinte plataformas argentinas más visitadas de Internet, y la más exitosa de América latina en su rubro. El lugar al que vamos cuando queremos ver el último capítulo de True Blood o Mad Men en buena resolución y con subtítulos en castellano. Y un invento atravesado por debates silenciosos sobre propiedad intelectual, legislación y nuevos modos de distribución de mercancía cultural. "Cuevana es un emergente creado más por los usuarios que por sus fundadores", dice Julián Gallo, editor del sitio Mirá! "La industria no respondió a tiempo a la madurez tecnológica de los televidentes. La gente tuvo que hacerlo."

En un rincón del bar desierto, frente a la primera Pepsi del día, Tomás Escobar encarna el discurso opuesto a los anarco-hackers de Anonymous, por ejemplo, los que prometen destruir Facebook por negociarle a las corporaciones la información del pueblo. Ni siquiera tiene el tono jactancioso y provocador del primer Zuckerberg, el que decía que los capitalistas venían a robarle sus ideas revolucionarias. Tomás ejerce la prédica del adaptado. Sabe que se ha movido al filo de la ley, pero también entiende que lo que le explotó en las manos es grande. Hijo de un contador que ejerce de empresario, está asesorado y quiere ser parte del establishment de los nuevos medios. Así resume su estrategia: "Cuevana captó la demanda de los usuarios. Ahora el objetivo es que se retroalimente con el cine. Crear un nuevo modelo de negocio".

Para algunos, la cosa no es tan sencilla. "En tanto negocio, la plataforma es ilegal", dice Mariano Amartino, de Überbin I/A, una consultora de estrategias en Internet. "Ni lo analizo en lo moral o como emprendedorismo. Esto es lucro con la reproducción pública de obras sobre las que no tienen derechos. Punto." Andrés San Juan, abogado especialista en este tipo de conflictos y representante de los Taringa! (procesados por una demanda de la Cámara del Libro), no está de acuerdo: "Ellos no hacen la copia ni la distribuyen; la facilitan. Puede que Cuevana sea parte de la cadena, pero no hay delito ahí".

La coartada legal de Cuevana (que hasta ahora no recibió ni una intimación judicial) se basa en que el sitio no descarga ni aloja los contenidos: funciona como un exhibidor de material bajado en otras partes. Desde el punto de vista técnico, lo que Cuevana pone a disposición es el link. "El link es sagrado", dice Beatriz Busaniche, wikipedista y militante de Vía Libre, una agrupación que pelea por un cambio en la ley de propiedad intelectual. "Si van contra el link, no queda nada en Internet." Sólo que, en el caso de Cuevana, gracias a un detalle sustancial de programación, el link se consume en casa. "Esto es algo comercialmente fabuloso -dice el periodista y desarrollador web Nacho Román-, pero no guarda relación con el espíritu descentralizado y abierto original de la web." O sea que el punto sensible de la discusión bien puede ser ético. "Cuevana hoy no es un negocio", se defiende Escobar. "Podría serlo, pero desde hace unos meses limité la publicidad al mínimo para pagar abogados y servidores [un gasto de miles de dólares al mes, para ese tráfico]."

Una máxima de la época reza que el copyright es el petróleo del siglo XXI. La batalla cultural y económica pasará en buena medida por el modo en que se definan las reglas de distribución de los bienes simbólicos. Para muchos, las restricciones de derechos de autor están pensadas para regir una época en que el tráfico de información era arduo y escaso. Sería momento de adaptar las reglas a esta era de inmediatez e hiperabundancia. Juan Suárez, del blog Derecho a leer -parte del movimiento global Copyleft-, lo explica así: "Lo que nos preocupa es que fuercen los tipos penales para perseguir a alguien cuya actividad no está tipificada como delito en la letra de la ley. Que no se tomen medidas que, como efecto colateral, afecten la libertad de expresión en Internet".

El mainstream opta por el silencio, el repudio (los voceros de Fox, por ejemplo, se niegan a opinar sobre un sitio al que consideran "pirata") o la serenidad. Jonathan Friedman, del videoclub online Netflix (que acaba de desembarcar en Argentina), ante la pregunta de por qué alguien pagaría por algo que ya obtiene sin costo, respondió: "Todos podemos conseguir agua gratis y sin embargo mucha gente sigue optando pagar por el agua en botella, porque es seguro y conveniente. Así y todo, siempre habrá personas que tomarán agua de la canilla".

Detrás del debate legal, económico y cultural hay una historia pequeña que podría ser la nueva Teoría del Big Bang del interior argentino. Tomás Escobar creó su primera página web a los 14 años, cuando cursaba octavo grado en la Escuela Modelo de San Juan. Le gustaban las computadoras y los libros de Harry Potter, la fantasía de un mundo plagado de heroicos magos adolescentes y hechiceros entregados al lado oscuro de la fuerza. En la Pentium 3 que tenía en su casa, y sin la más mínima experiencia en programación, creó HarryFanaticos.com. "Era maquetación web con páginas prediseñadas", recuerda hoy. "La sostuve tres años, la fui perfeccionando, y en la última etapa se hizo más conocida: tenía algunos miles de visitantes por día. La experiencia me enseñó a programar. Pero de pronto me di cuenta de que era adolescente y no podía seguir con la página de Harry Potter."

Mientras bosquejaba una novela fantástica ambientada en la Edad Media ("onda El señor de los anillos, aunque sin elfos, enanos ni nada de eso"), comenzó a armar juegos en Flash. "Todo entre amigos. Tenía una idea y la plasmaba. Me inspiraba en cosas que ya jugáramos entre nosotros. En clase, cuando estábamos aburridos, jugábamos a La Batalla Naval entre tres. Así que después lo convertí en juego de computadora: La Batalla Trinaval."

La adolescencia de Tomás está llena de esa clase de modestas conquistas nerds. Pero él no tenía el perfil clásico de genio de las matemáticas que distingue a los programadores exitosos. Lo de Tomás era una mezcla de aburrimiento, pasión por las realidades paralelas, deseo de socializar y gusto por el diseño, aunque reconoce que no es demasiado talentoso para eso. Cuando terminó el secundario y se mudó a Córdoba para estudiar Sistemas; estaba claro que lo que lo hacía vibrar era inventar plataformas. No tenía un plan, pero sí esa extraña claridad individualista y a la vez comunitaria propia de los pibes que madrugaron la era de las redes sociales.

En Nueva Córdoba, se instaló en la casa de un par de estudiantes sanjuaninos amigos de la familia. Le dieron un cuarto de tres por dos en un entrepiso que daba a la terraza. "En invierno me cagaba de frío", rememora. Apenas le entraban la cama y el escritorio con su MacBook. En septiembre de 2007, durante el primer año en la facultad, creó LigaDT, un juego de management futbolístico. Además de las variables clásicas (aptitudes de los jugadores, gestión de presupuesto, apuestas), Tomás le había sumado algunos detalles de color local, como la relación con la barra brava y la prensa. "Jamás promocioné el sitio más que por msn, no tenía plata para hacerlo, pero participaban un par de miles de usuarios de América latina." LigaDT estuvo online hasta el año pasado, pero por falta de tiempo para moderarlo terminó dándolo de baja.

Sin embargo, ese éxito en escala lo convenció de que sus plataformas eran amigables para una gran cantidad de personas. Y también entendió que el hobby que había empezado en su habitación de San Juan podía darle algunos dividendos. En 2009, mientras cursaba la carrera a media máquina, la vida social de Tomás se centraba en el barrio universitario. Entre sus mejores amigos estaban David Fernández y Mario Cardosio, dos compañeros del secundario que también se habían ido a estudiar a Córdoba. Se juntaban a comer, a ver partidos y también a seguir las series del momento: Lost, House, Two and a Half Men. La fuente de descarga era por lo general Darkville, un sitio mexicano desde el que se bajaban las temporadas y, por separado, buscaban los subtítulos. Para las películas, como casi todo el mundo, apelaban a los torrents. En esas sesiones de video on demand apareció la idea de crear una plataforma que se ajustara a sus necesidades como usuarios. "Así como a algunos se les da por armar una banda -dice David-, nosotros queríamos empezar juntos un sitio web."

Tomás, que era el único que sabía cómo desarrollarlo, diseñó en una noche "una versión mejorada" de Darkville, "para verlo más ordenado y lindo". Trató de contactarse con los mexicanos, pero al no obtener respuesta, decidió seguir por las suyas, rastrillando información de código abierto. En la primera semana de septiembre terminó "el piloto" de Cuevana con un episodio de The Mentalist a modo de prueba. La elección del nombre, una clave del éxito, surgió a partir de un raíd de búsqueda de dominios que no estuvieran registrados. Pensando en capitales del mundo, Tomás llegó a La Habana y la deformó hasta dar con ese neologismo abstracto que sugiere alguna especie de lugar mitológico, entre rupestre y femenino. Al igual que Taringa!, Cuevana es un término que sólo alude a sí mismo. "Decís Cuevana y de lo único que podés estar hablando es de este sitio", resume Escobar.

El núcleo fundador (eran cuatro, aunque uno de ellos se abrió a los pocos meses) compartió la nueva plataforma con sus contactos. Más allá de su diseño ordenado, la ventaja que ofrecía Cuevana era la posibilidad de visualizar de una manera simple los contenidos en un mismo lugar. A diferencia de sitios como The Pirate Bay, que obligan al usuario a navegar hacia otras playas, el plug-in que emplea Cuevana está diseñado para permanecer allí mientras el sistema descarga el material desde Megaupload, Bitshare o FileFactory. Esa centralización, negativa para muchos libertarios de la web, fue decisiva para que Cuevana se hiciera masivo. En los primeros meses ya contaban miles de usuarios, primero en San Juan, después en Córdoba, Buenos Aires, Chile... "Cada uno seguía los pasos desde su máquina, convertíamos videos, los indexábamos, comentábamos", recuerda David. "Aportábamos en partes iguales para costear los gastos de servidor. Usábamos internet local: subir una película nos llevaba entre cuatro y cinco horas. Mi PC directamente no se apagaba."

En febrero de 2010 vieron las primeras ganancias por publicidad. Los servidores, que empezaban a ser una flota, ya se pagaban solos. "2010 fue el mejor año", dice David con una nostalgia prematura. "Cuevana empezó a crecer muy firme, necesitábamos ampliarnos todo el tiempo, teníamos nuestras ganancias y la pasábamos realmente bien. Empezamos a tomarnos las cosas en serio." Se sumaron colaboradores de otras ciudades (que cobraban las regalías de las fuentes de descarga), a la vez que los usuarios engrosaban el catálogo.

Para el tridente de Cuevana, Nueva Córdoba era una "pensión gigante" donde todo pasaba a una velocidad inesperadamente alta. Desde las ventanas de sus casas veían pasar a los estudiantes con sus mochilas y sentían que estaban en el lugar perfecto. "Era como un campus universitario", recuerda David. Los sábados, antes de ir a bailar, hacían una mezcla de previa y "reunión corporativa". Cenaban juntos y, en la sobremesa, entre fernet y fernet, soñaban con convertir a Cuevana en una empresa digna de Palo Alto. Los dólares sobrantes servían para financiar las trasnoches. Era todo "un festival carioca". Pero la época dorada de Cuevana como una aventura de amigos no duraría demasiado.

Tomás, en tanto autor intelectual y líder del proyecto, se pasaba noches sin dormir cada vez que el sitio se caía por la crecida de tráfico. La recompensa era un cierto aura de estrella geek en los pabellones de la facu. Un día lo entrevistaron para el noticiero local y, a la mañana siguiente, una profesora lo señaló entre todos los alumnos y le dijo: "Ayer te vi en televisión...". Pero el muchachito sentía que estaba solo al frente de la operación. "Los problemas llegaron en el verano de 2011", recapitula David. "Tomás nos tiró que él creía merecer más porcentaje que nosotros. «Acá se empieza a ir todo al carajo», pensé yo. Y así fue. Tomás viajaba cada vez más seguido a Buenos Aires, no contestaba las llamadas, no respondía en el chat. Me sentí traicionado y decepcionado. Nosotros no éramos meros colaboradores: fuimos cofundadores de Cuevana. ¿Dónde está la línea que separa la amistad de los negocios?" Tomás dice que el distanciamiento no tuvo nada que ver con las ganancias (que hasta ese momento, según indica David, alcanzaban para "mantener a una familia completa"). "El altercado se produjo por el control del sitio", dice Escobar. "Yo era el único que aportaba y trabajaba en el desarrollo. No había una sinergia en el grupo; lo lógico era que cada uno siguiera su camino."

En el otoño pasado Tomás se instaló en Buenos Aires y empezó a planificar la conversión. El sitio tenía que afrontar esta nueva etapa profundizando el concepto de red social e intentando revertir su imagen piratesca. Limitó el servicio al streaming (antes se podían almacenar los contenidos) y controló que no se indexaran películas que todavía estuvieran en cartel. El arribo de competencias legales como Netflix lo obligó a un nuevo startup. Pactó acuerdos con productoras independientes, se sentó a hablar con cadenas de series y dirigentes institucionales. Todo está por verse. Mientras tanto, diseñó una nueva interfaz, con un perfil más noticioso y aplicaciones que promueven la interacción entre usuarios, al estilo Facebook. Le sumó contenido en HD ("hoy la demanda pasa con conectar la notebook al LCD") y espera generar un sistema de crowdfunding para promover producciones independientes. También lanzó su sitio de streaming Musicuo (una especie de Spotify). Dice que, a esta altura, se siente capaz de prever qué va a necesitar el público en el futuro cercano. No piensa arancelar el servicio, asegura, ni vender el sitio: "Esto es un hobby que me explotó en las manos".

La parábola de Cuevana todavía está en un punto difuso entre la legitimidad de las mayorías y el contrabando en zona liberada. Si el destino maldito de la web nacional y popular se manifiesta en el juicio a Taringa!, Tomás podría estar a punto de consumar una suerte de crimen perfecto del desarrollo web. Muchos creen que el sitio tiene los días contados, pero él planifica una transformación que lo lleve a otro nivel. Y sueña con que, dentro de no demasiado tiempo, pueda extenderle al mundo una tarjeta personal que diga: "Tomás Escobar - CEO de Cuevana".

Por Pablo Plotkin

Fuente: Rolling Stones

Más información: www.rollingstone.com.ar

TECNOLOGÍA ¿INTERNET MODIFICA NUESTRA FORMA DE PENSAR?

NTERNET Y TECNOLOGIA

TODA NUEVA TECNOLOGÍA TIENE DETRACTORES Y COMO INTERNET ES LA NUEVA TECNOLOGÍA, NO PUEDE FALTAR UN CORO DE VOCES QUE PROCLAMAN ESPANTO ANTE SUS CONSECUENCIAS. HACE MUY POCO, UN BEST-SELLER QUE CONVOCÓ LA ATENCIÓN MEDIÁTICA CLAMÓ A LOS CUATRO VIENTOS QUE EL USO DE INTERNET NOS HACE MÁS SUPERFICIALES, PUESTO QUE FAVORECE UNA “LECTURA INTERRUPTA” POR CONSTANTES Y NUEVOS ESTÍMULOS. JUSTAMENTE, LO QUE SE PERDERÍA ES LA CAPACIDAD DE PROFUNDIZAR EN EL CONOCIMIENTO, CONDENÁNDONOS A NAVEGAR POR SU SUPERFICIE.

FLOTAR SOBRE EL CONOCIMIENTO

Nicholas Carr es un periodista de cierta reputación, especializado en tecnología; es colaborador de The Guardian, entre otros medios conocidos, y autor de un best-seller que además está nominado para los premios Pulitzer. Su título es bastante directo: Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet a nuestros cerebros? Sería fácil alinear a Carr (algo que, para ser justos, él mismo acepta como posibilidad) entre los reaccionarios a las nuevas tecnologías, cuya tradición posiblemente se inicie en el Fedro de Platón. Allí, el dios Teut le cuenta al rey Tamus que ha inventado, entre otras cosas, la escritura que “hará a los egipcios más sabios”. Tamus le responde: “Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida”.

Carr acepta que puede ser que, al igual que ocurrió con la invención de la escritura, sea más lo que se gana que lo que se pierde, pero se aboca a describir la mitad del vaso vacío. Insiste que él, al igual que muchos colegas suyos, ha perdido la capacidad de concentrarse en profundidad en la lectura. La causa de semejante pérdida sería que cada vez se lee más en Internet, con la consiguiente dispersión sistemática entre temas que se multiplican hasta el infinito. En un artículo llamado “¿Google nos está volviendo estúpidos?”, afirma que “la lectura profunda que me resultaba natural se ha vuelto una lucha”.

EL MEDIO Y EL MENSAJE

Carr se apoya en Marshall McLuhan, quien explica que “los efectos de la tecnología no ocurren a nivel de opiniones y conceptos” sino que más bien “alteran patrones de percepción lentamente y sin ninguna resistencia”. A nivel neurológico lo que ocurre es que, como los circuitos cerebrales son muy maleables, se adaptan a los usos que les damos, reforzándolos. Por ejemplo, los sectores del cerebro que se usan para leer ideogramas no son los mismos que para la lectura alfabética. Un cerebro con ciertas partes más desarrolladas “ve” el mundo de una manera, de la misma manera que, por ejemplo, un fisicoculturista camina distinto que un pintor.

Incluso –especula Carr– es probable que no sean los mismos circuitos los que se usan para leer en papel y en una pantalla. Es decir, que la lectura superficial, permanentemente interrumpida por la digresión del hipertexto, refuerza ese tipo de conducta que se naturaliza, mientras que se pierde capacidad de una lectura profunda, a la que se dedica menos tiempo. Ya no leemos: saltamos, nos movemos, escaneamos y abrimos innumerables ventanas que nunca terminaremos de leer. Un estudio realizado sobre jóvenes nacidos junto a Internet, cita Carr, indica que ellos ya ni siquiera leen de arriba hacia abajo si no que escanean la página buscando trozos de información relevantes. Lo que parece anunciar Carr es –una vez más...– la inminente muerte del libro que implica una forma de lectura lineal.

Incluso el medio afecta cómo elaboramos el mensaje: un interesante ejemplo es cómo cambió la forma de escribir de Friedrich Nietzsche a partir de la compra de una máquina de escribir para superar sus problemas de visión. En un intercambio epistolar, debate con un amigo acerca de cómo su escritura se ha vuelto más telegráfica y perdido poesía. “No sólo somos lo que leemos. Somos cómo leemos”, explica a Carr la psicóloga evolutiva y especialista en el tema, Maryanne Wolf.

En principio, la hipótesis resulta razonable: casi cualquier usuario de Internet evita el esfuerzo de recordar lo que está a un par de bits de distancia. Entonces, ¿antes recordábamos más? Es posible, si se tiene en cuenta que la memoria se ejercita menos. Pero Carr lleva las cosas un poco más allá. Cita un estudio realizado en la Biblioteca Británica durante 5 años en el que se encontraron cambios en los hábitos de lectura: la gente pasaba de una fuente a la otra, sin volver casi nunca a la anterior. Los investigadores de la University College London aseguraban que estaba emergiendo una “lectura horizontal a través de títulos” en los que se buscaban “resultados rápidos y exitosos”. Así las cosas, concluye Carr (ahora sí más pesimista), se pierde la capacidad de interpretar los textos para transformar a los lectores en meros “decodificadores”. Ya nadie leerá, insiste, La guerra y la paz de Tolstoi.

Superficiales... sirve para discutir y acotar algo que estaba en al aire para muchos usuarios de Internet, quienes perciben cambios en su relación con la palabra escrita y su propia memoria. Incluso el Nobel Mario Vargas Llosa escribió un largo artículo cuyo título hace casi innecesario el resumen: “Más información, menos conocimiento”. Baste un extracto: “Cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse”. Al igual que el rey Tamus, Vargas Llosa concluye que hay más relevancia en lo que se pierde que en lo que se gana.

PERO, ¿QUE SE GANA?

En un interesante artículo del biólogo y periodista español José Cervera se reconocía que es posible que algo se pierda y que algo se gane (podría decirse que ésa podría ser una definición de “cambio”). “El problema no es la falta de profundidad del pensamiento sino la creciente esterilidad de los abismos del saber”, asegura Cervera, para quien hay una tautología en el argumento de Carr que asocia acríticamente profundo=bueno y superficial=malo. ¿Es tan fácil llegar a esta conclusión? Para Cervera, lo que no se está viendo es lo que sí se gana: la lectura horizontal (o superficial) permite la interconexión entre campos que antes estaban aislados. Es más: uno de los problemas fundamentales del conocimiento en el siglo XXI es el exceso de especialización. Antonio Machado decía a través de su personaje Juan de Mairena: “¡Lo que sabemos entre todos! ¡Oh, eso es lo que no sabe nadie!”. De alguna manera, Internet favorece la conexión de lo que antes estaba aislado.

De hecho, este artículo mismo permite conectar cosas que no hubieran sido posibles sin Internet para buscar citas, seleccionar y recortar las mejores frases relacionadas con este tema; los artículos e incluso los fragmentos del libro disponibles en la red resultaron fundamentales para su confección. El resultado es algo nuevo que permite construir puentes imprevistos. Como Carr mismo reconoce, su tarea como periodista era mucho más engorrosa y menos productiva cuando tenía que pasar horas en una biblioteca para reunir las citas que ahora le llevan escasos minutos. Gracias a eso él puede escribir con mucha más eficiencia artículos o incluso libros que, según cree (paradójicamente), nadie estará en condiciones de leer si tienen más de tres párrafos.

EL PARAISO PERDIDO

Pero el argumento de Carr también tiene, hay que decirlo, cierto tufillo de intelectual aristocrático. Asegurar que ya nadie va a tener paciencia como para leer La guerra y la paz suena un poco elitista. ¿Cuánta gente leyó la novela de Tolstoi en las últimas décadas? ¿Qué le hace pensar que de no existir Internet la tendencia sería a que cada vez más gente lo haga? Por el contrario, parecería que al menos la literatura puede llegar a mucha más gente pese a que, como indica Vargas Llosa, la inmensa mayoría no la leerá. ¿Qué se podría esperar si leer un 1 por ciento de todos los libros que hay en Internet llevaría innumerables vidas? La cantidad de información disponible se ha multiplicado brutalmente y la alta literatura ha quedado en esa maraña, pero más accesible para quien la busque.

En definitiva, el problema de Carr recuerda al que tuvieron los filósofos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer, quienes al huir del régimen nazi hacia los EE.UU. escriben su obra maestra Dialéctica del Iluminismo, de 1944. Allí critican la liviandad de la sociedad de consumo de ese país tan rico y, a su juicio, tan ignorante. La crítica implacable parece motivada por la desilusión de ver que las masas obreras enriquecidas y con más tiempo libre del planeta se vuelcan a la diversión superficial en lugar de hacerlo al consumo del gran arte.

En resumen, si bien probablemente Internet no favorezca la lectura de La guerra y la paz entre las masas, no parece ser éste el obstáculo estadístico principal para que aumente el número de sus lectores. Internet, al menos por ahora, si bien puede tener una incidencia en la forma de pensar de ciertos sectores ilustrados, no modifica la vida intelectual de las mayorías, cuyas preocupaciones son más básicas. Incluso hay un sector que probablemente comienza a acceder a la cultura letrada gracias a Internet y tal vez –sólo tal vez– algunos de ellos lleguen también a interesarse por la alta literatura.

En cualquier caso, ante lo nuevo siempre es mucho más fácil saber lo que se está perdiendo (porque se lo puede ver) que imaginar lo que se ganará. Los religiosos de los tiempos de Gutenberg temían que la imprenta socavara la fe de las mayorías. Obviamente hoy sabemos que así fue y que además se democratizó el conocimiento y la posibilidad de acceder a él como nunca antes había ocurrido. ¿O alguien sigue estando en contra de la alfabetización porque afecta la cultura oral?

Lo nuevo, por definición, tiene consecuencias desconocidas que se van plasmando en la realidad. Anticiparlas o, peor aun, imaginarlas tomando la propia experiencia como si fuera representativa, puede contribuir a mantenernos en la superficie del problema.

Por Esteban Magnani

Fuente: Futuro (Página 12)